Chocado por lo poco que me gustó la muy recomendada Holy Motors, escribí mis impresiones en el iPad como desahogo y como ejercicio. Después de repasar mis palabras más allá de una minuciosiadad sana y sin encontrar una continuidad de discurso que me satisfaciese, he decidido que me pueden dar mucho por ahí y que publico igualmente lo que hay. A saber: que me gustó más la idea, y la película, cuando ya no tuve que sentarme a verla.
Vi ayer Holy Motors después de varios meses de tentativas y me decepcionó (¿Será la limusina? Cosmópolis fue otro chasco). Ambigua en significado, la película deja claro que el tema es el cine y, en concreto, su muerte tal y como lo conocemos. Aunque de primeras me resisto a ese lamento porque todo está, continuamente, muriendo tal y como lo conocemos, entiendo la necesidad de celebrar el recuerdo de algo que se pierde. Holy Motors, sin embargo, no celebra nada.
La película de Leos Carax es episódica, y el lento descubrir del motivo de que lo sea, junto con la transición entre partes, son su chispa. Pasados los minutos y desvelado el mecanismo, la película depende de la fuerza de cada uno de sus episodios y, o no son gran cosa, o peor, son aburridos. Creo que es porque el director está más pendiente de su ejercicio de nostalgia y de su juego de cine dentro de cine. La endogamia es frecuente: si no pillas el asunto, no hay más alma en la escena que la prestada por la referencia.
Es la película de un cinéfilo triste y, me da la impresión, reaccionario, que interpreta la muerte del cine como una oportunidad de mortificación. Carax parece una plañidera; discreta y erudita, pero plañidera: que guapo que era mi cine, hay que ver lo mucho que nos queríamos, ya no queda nada de él. Entiendo que es este evidente amor lo que se ha ganado a la crítica, pero para ser un homenaje al arte que nos ha dado a Jaques Tati o Buster Keaton, Holy Motors no es muy divertida.