A veces dos eventos relacionados coinciden en el tiempo como sólo lo hacen en las películas. Últimamente vengo pensando en la muerte con frecuencia, no sólo como final de la vida de un hombre, sino como otra de las manifestaciones del cambio, del constante e irreversible paso del tiempo; las dos historias que manejo para convertir en un corto tienen que ver con eso mismo de formar directa, sin haberlo premeditado. Ayer murió Roger Ebert, uno de los cimientos de mi amor por el cine, y su partida es otra bofetada a la noción de que aquello que nos importa siempre va a estar ahí, algo que, después del primer arranque de nostalgia, me recuerda lo raro y valioso de la existencia.
Hoy me uno a la celebración de la obra del crítico más importante de la historia del cine porque a mí también me influyó su escritura. Es difícil hacer justicia a una década leyendo críticas, pero daré una idea si digo, y lo hago convencido, que me aventuré a viajar a Estados Unidos para hacer cursos de dirección en parte debido a esas lecturas. Este blog en sus inicios imitaba las secciones de rogerebert.com, y yo, conscientemente o sin darme cuenta, imitaba su forma de escribir, porque la forma de escribir trasciende el idioma.
Su pasión por el cine, como muchos han señalado, era contagiosa. Su estilo directo y accesible me enseñó cosas que no estan al alcance de un no iniciado. Era ameno y gracioso y sabía ser irónico sin condescendencia, entiendo que por su absoluta devoción a su forma de vida y al sustento de ésta, el cine. Pero, sobre todo, me ganó porque sus críticas anteponían sin excepción el aspecto humano de la película. Las cuestiones técnicas, formales e históricas, que las había, estaban subordinadas a los personajes y a la historia, y a lo que éstos nos decían sobre nosotros mismos y sobre nuestras vidas.
Hace 7 años el cancer le privó del habla y del programa de televisión que gestó su figura pública y gran parte de su fama: Siskel and Ebert At the Movies, luego At the Movies with Ebert and Roeper, tras el fallecimiento del también genial Gene Siskel. Volcó entonces esa actividad en las redes sociales y en su blog, y el uso que ha hecho de éstas para divulgar sus críticas, libros, ensayos y, en definitiva, dar a conocer películas que merecían la pena ser vistas, ha sido no menos ejemplar que su lucha contra la enfermedad.
La extraña afinidad que surge con alguien a quien lees con frecuencia hace que sienta la muerte de Ebert con una cercanía absurda. Con él mueren mis días de universitario en los que, refugiado en el cine, una película no estaba completa hasta que leía su opinión. Con él mueren mis inicios de tomarme en serio el cine, cuando su influencia era más fuerte que nunca. Con él muere hoy, porque aunque de todo eso haga ya unos años, sólo ayer me di cuenta de que es un pasado irrepetible; con él muere, digo, entendiendo la muerte como el fin de un ciclo, una parte de la vida que he dedicado al cine.
Hoy es viernes, el mejor día de la semana para hacer planes. Mi recomendación es que escojáis al azar entre las centenas de películas de su sección Great Movies, y que mañana, que habrá pasado el tiempo mínimo para que una gran película cale, leáis su crítica. Quién sabe, igual acabáis montando un blog de cine.